lunes, 4 de marzo de 2013

Demetrio

Sigo sin entenderlo…
Hace pocos días descubrí que mi padre nos mintió a todos.
Mi héroe se hizo trocitos al igual que Ella.
Hay veces que no sé en qué creer ¿Me quisieron? 
Quizá mentían muy bien.
La zozobra me turba. 
Su aniversario la pasé mal. 
No tuve con quien hablar; mis mejores amigos atrapados
por el rayo de Luna, otro no sabe escuchar. ¿Mi fantasiosa? 
Perdida y ensimismada no miró mis ojos en todo el día.
Recordé a Ella. 
Como si estuviera muerta; allá sabrán sus padres que siempre
fueron buenos conmigo.
Me quisieron es cierto. Me olvidaron.
Demetrio me ayudó. 
Demetrio Macías.

domingo, 24 de febrero de 2013

Ojalá

¿Acaso no se antoja el dulce sabor de la miel?
Conocí a un quelonio del tamaño de mis manos que no sabía a dónde ir y mucho menos el por qué de su estadía. De los dos quizá yo era el más perdido. 
Decidió seguirme pues el camino era oscuro y, del mismo modo, yo sentía un gran alivio oculto. 
De un largo camino llegamos a la costa; un cielo diferente y un mar con aroma dulce. Con el miedo en los pies, creo que fui el primero en entrar. El mar era suave y delicioso, estaba disfrutando la noche de estrellas perpetuas. La tortuga sanó en otras aguas; ligeras, apacibles – no tan hermosas como aquél mar de miel–. Crecimos cada quien a su modo, descubrí a dónde iba y el pequeño ya no era pequeño; sabía nadar y caminar por tierra, así como el por qué de sus preguntas. 
Un error y le pisé su sonrisa –Sigo pensando en mi inmadurez–. Corrí hasta llegar a un bosque oscuro pensando en como enmendar mi falta. Regresé, sin embargo la dejé muda. Volamos un papalote morado, el reptil observaba la libertad del viento y la fluidez del color. 
El sol descansaba cuando mi corazón fue perforado por el pico de un cuervo. Quedé sobre la tierra herido a muerte. El pequeño sin saber que hacer se quedó a mi lado y, un día mucho más tarde, me levanté dejando como rastro un hilo de sangre. Cojeaba a do yo fuera. Llegamos a la cima de una montaña, no había algún otro camino. La caída estaba llena de sombras, yo tenía miedo de otra herida, sabía que otro disparo terminaría con mi vida. Ojalá hubiera aprendido a volar como ella. Desató sus aletas y comenzó a volar por el horizonte, jamás volteó a verme. Casi como el primer golpe sentí el segundo. Antes de caer al miedo del abismo mi cuerpo quedó muerto. 
El máximo innovador abrazó mis dos disparos; caminé y nadé de un modo diferente. La paz del la aurora fue visible para mis ojos cansados, tomé un respiro y comencé a volar. Cuando llegué ya no había mar, se había secado para siempre. 
Yo también fui tortuga.

sábado, 9 de febrero de 2013

Suspiro

El viento helado que apaga y deja herida a la vela contigua.
No tiene cura.
La cicatriz se abre y cierra.
No se borra.
Es un suspiro contagioso, seductor soez, vehemencia innata.
La enfermedad es su estado más puro, más eficaz.
Los ojos de la madre tierra reclaman a su hijo para darle su última morada.
Lo toma en su regazo y lo cubre con sus brazos.
Es nuestra última madre.


jueves, 31 de enero de 2013

Renunciamiento

Pasaras por mi vida sin saber que pasaste.
Pasaras en silencio por mi amor, y al pasar,
fingiré una sonrisa, como un dulce contraste
del dolor de quererte ... y jamás lo sabrás.

Soñare con el nácar virginal de tu frente;
soñare con tus ojos de esmeraldas de mar;
soñare con tus labios desesperadamente;
soñare con tus besos ... y jamás lo sabrás.

Quizás pases con otro que te diga al oído
esas frases que nadie como yo te dirá;
y, ahogando para siempre mi amor inadvertido,
te amare más que nunca ... y jamás lo sabrás.

Yo te amare en silencio, como algo inaccesible,
como un sueño que nunca lograré realizar;
y el lejano perfume de mi amor imposible
rozará tus cabellos ... y jamás lo sabrás.

Y si un día una lágrima denuncia mi tormento,
-- el tormento infinito que te debo ocultar --
te diré sonriente: "No es nada ... ha sido el viento".
Me enjugaré la lágrima ... ¡y jamás lo sabrás!


José Ángel Buesa